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Sobre la nostalgia y la belleza: Alcolirykoz sinfónico

Imposible de resumir: así fue el show de Alcolirykoz en Bogotá. Pasados los días, esta resulta ser una carta sobre la familia y el poder de la música.

Alcolirykoz
Esta imagen al final de Alcolirykoz sinfónico: la calle y la carrera, en ella se pueden ver al equipo que hace parte de esta agrupación de rap que llenó el Movistar Arena con un show que marcó un hito para el género en el país.
@individuaph @richieseg @andrespdrz

La primera vez que vi a Juan Pablo con un instrumento musical éramos apenas unos niños. Él tenía el cabello cortísimo y usaba camisas largas metidas entre el pantalón con cinturones cafés. Eran los inicios de los 2000 y el mundo estaba abriéndose ante la ineludible fuerza de la tecnología y la digitalización. Juan Pablo y yo jugábamos play station en casa de la abuela cuando él regresaba de clases de música. Siempre ha sido un hombre silencioso, pero con el humor filudo. Cuando crecimos lo vi formar una decena de bandas de rock y punk rock, entre los jóvenes de ese momento parecía un pájaro extraño con las alas largas y sobre él un aura oscura y preciosa. Con una risa de medio lado, con una barba incipiente y un cabello de animal sagrado. Siempre caminando hacia dentro de sí mismo con la convicción de un tiburón que huele la sangre esparcida en el mar.

Nos hicimos adultos. Se convirtió en ingeniero de sonido y en medio de todos los trabajos que ha realizado seguía siendo esa ave del futuro. Repasaba por encima de todos las formas de las cosas. Cuando inició su trabajo con los Alcolirykoz, ya vivíamos lejos el uno del otro, hace más de siete años. Yo escuchaba las canciones que hablaban de una tierra en la que crecí y sentía una extraña familiaridad, más allá de la identificación de los gestos y de las palabras, saber que en la mezcla habitaba el espíritu de Juan Pablo me conmovía.

La primera vez que lo vi trabajar en vivo fue en un show en el Teatro Jorge Eliecer Gaitán, había pasado poco de que permitieran realizar eventos luego de la pandemia, el teatro ardía y yo miraba de reojo a Juan Pablo en el control. Yo lloré, pero no se lo dije. Nos despedimos de abrazo, nos dijimos te amo y la vida continuó. Hasta el 15 de julio de este año, cuando Alcolirykoz de una forma mítica agotó las 14.000 entradas del Movistar Arena para presentar su show sinfónico La calle y la carrera.  Junto a más de sesenta músicos de la Nueva Filarmonía , Gambeta, Fazeta y Kaztro hicieron un espectáculo legendario para el rap colombiano. Sin grandes maquinarias mediáticas y acompañados de los fans que los han seguido en 17 años de carrera, todas las canciones que coreadas en espacios marginales y en calles estrechas, fueron llevadas a uno de los escenarios más importantes de América Latina.

Todas las canciones de los Alcolirykoz están ligadas con recuerdos de nuestra intimidad, momentos a los que uno vuelve cuando es un monstruo o un héroe. Al llegar al Movistar fui a ver a Juan Pablo y vi en sus ojos algo que nunca había visto: la forma de la belleza, el destello de la emoción de estar en el lugar correcto. Estaba feliz. Le dije que estaba orgullosa de él y que estaba segura de que el espectáculo sería más de lo que se imaginaban. Cuando la música inició voltee varias veces para mirarlo, concentrado en sus equipos y vigilando la perfección. En los últimos años he aprendido que no hay forma de amor más sincera que la ternura y la compasión. En mis peores momentos ha sido Juan Pablo quien ha tendido el puente para que mi mamá llegue a mí y todos mis recuerdos de infancia están acompañados de su presencia silente. Yo esperaba un concierto y, como bien se dijo, terminé asistiendo a una misa de sanación donde cada palabra, cada verso, cada frase estaba llena de lo que he sido, de los lugares en los que aprendí a amar la vida (y a odiarla). Y detrás de mí, detrás de las 14.000 personas que estuvieron esa noche presentes estaba Juan Pablo Builes haciendo que todo sonara como debía sonar.

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Este texto lacrimoso no tiene un fin concreto. Más allá del enorme agradecimiento al abrazo que Gambeta y Kaztro se dieron esa noche mientras señalaban a sus madres advirtiéndoles que pese a conquistar el mundo, su patria seguiría siendo el solar de sus casas. Como lo es la mía y la de Juan en la casa de nuestra abuela.

Hay muchas palabras que destacar de esa noche. Sobre la belleza y la nostalgia… Pero si he de escoger un momento de esa noche, me quedo con dos. Gambeta, con la poética del 10 del barrio, habló de esta canción y el corazón se me subió al cuello y se me hizo un ovillo. Y llegó: “Baldosas rojas y amarillas / Techo de tapia, paredes de boñiga / Canciones tristes me alegraban el día /En el solar de tu casa donde crecía la vida”.

Y como todo lo bueno tarda, con la posibilidad magistral que me da el tiempo y mi eterno deseo de revancha pienso cuando mencionaron ese apellido que ha sido mi cuna. Y dijeron Juan Pablo Builes y yo lloré. Y al finalizar el concierto volví donde él, le dije como siempre que lo amaba y él me dijo también te amo. Pero la vida no continuó, la fractura del amor no deja íntegro a nadie y lo agradezco.

No olvide conectarse con la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.